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Para el archivo: Farrucolandia, de Roldán Esteva-Grillet

Excelente artículo publicado en el diario TalCual en septiembre.

Farrucolandia

No sólo una nueva museografía al servicio del pueblo, sino una radicalmente nueva historiografía se implantará con este extraordinario desentierro de verdades iluminadoras del brillante porvenir que se está labrando el país bajo la égida del Primer Pintor, el de la Luna de Yare

Por: Roldán Esteva-Grillet

7 septiembre 2010

Ojalá yo tuviera esa risa sincera, genuina, amplia, espontánea, oportuna y contagiosa de Rizarrita, con manotazo sobre la mesa hasta llegar a la más franca y campechana carcajada, para usarla como todo comentario pantagruélico ante la ingenuidad supina de Farruco de pretender que ahora sí van a poblarse los museos de pueblo, ansioso por conocer y ver por primera vez las más grandes obras de arte atesoradas en sus depósitos, y escondidas por décadas para que la chusma venezolana no supiera que había otro arte y otros artistas más allá de los consagrados por la burguesía y el mercado.
Ahora sí que uno envidia escuálidamente ya no esas risotadas comedidas del ja, ja, ja, sino las desternillantes del cuas, cuas, cuas propias del pato, del pataruco, del patiquín, pues el ministro de Cultura, haciendo honor a su nacionalidad de origen, se ha convertido en el descubridor de un Nuevo Mundo que cambiará por completo la visión plácida, acomodaticia y bobalicona del espectador venezolano, por una participativa, protagónica y dialéctica , al “desenterrar” ¡esa es la palabra mágica!  lo hasta ahora despreciado por razones supuestamente estéticas pero, en el fondo, ideológicas.
Ha llegado la hora fatal para los aristócratas curadores de antaño, hasta hace unos meses incrustados en las directivas de los museos, pues ya no podrán seguir usufructuando la ignorancia del público para justificar sus desmanes y aparecer ellos como los dueños del saber.
Ahora el pueblo bolivariano se empadronará del verdadero arte, aquel nunca antes exhibido por cuanto las salas se destinaban prioritariamente a las exigencias del mercado. Y lo mejor de todo, con amplia documentación sobre las circunstancias en que se desenvolvían esos artistas y las presiones que sufrían.
Ahora sí se sabrá por qué Juan Lovera no pudo incluir al patriota Francisco Salias en su cuadro del 19 de Abril; por qué Tovar y Tovar no quiso pintar el cuadro encargado por Guzmán Blanco sobre el Tratado de Coche que ponía fin a la Guerra Federal; se conocerá cuánta culpabilidad tuvo la Iglesia troglodita en la temprana muerte de Michelena; quién chantajeaba a Cabré para que sólo pintara el Ávila desde el Country Club; por qué Tito Salas se negó siempre a pintar a Bolívar con bigotes; y cómo la malévola, intrigante y desvergonzada Juanita mantenía al inocente Reverón entretenido con sus muñecas a fin de alejarlo del Partido Comunista.
Y no adelanto más para no aguarle la fiesta al ministro. Baste mencionar las ganas con que se quedó Soto de crear un sistema de escuelas de arte en los barrios, equivalente al Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles, por las amenazas de una todopoderosa directora de museo, muy influyente en el mercado, y cuyo nombre destila sabiduría diabólica.
No sólo una nueva museografía al servicio del pueblo, sino una radicalmente una nueva historiografía se implantarán con este extraordinario desentierro de verdades iluminadoras del brillante porvenir que se está labrando el país bajo la égida del Primer Pintor, el de la Luna de Yare.

Fuente original: TalCual

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