Esta semana Caracas fue electa Capital Iberoamericana de la Cultura para el año 2011. Salió ganadora de las 17 ciudades, quince de América y dos de Europa, que se postularon a la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI) para convertirse en el centro de una serie de programas e intercambios culturales.
Aunque sea motivo de celebración, este hecho también genera otro tipo de meditación en torno a lo que podría llamarse la geopolítica cultural. Desde el comienzo de la “revolución cultural” en Venezuela se habla de una decentralización que plantea un ámbito cultural que ya no busca la legitimación de los centros metropolitanos. Según esta lógica, la llamada cultura “elitesca” queda vetada y es reemplazada por una apertura que cede espacio a jugadores periféricos. En palabras del nuevo ministro de la cultura, Héctor Soto: ‘“Es decir, que la cultura estaba prácticamente caraqueñizada, lo que hemos venido eliminando. Nos hemos propuesto descaraqueñizar la cultura.”’
Supuestamente, todo ha cambiado. Si como reza el lema “la cultura ahora es de todos,” deberíamos poder ver ya desmontada la jerarquización espacial del campo donde según Bourdieu los grupos hegemónicos (cuyo poder se garantiza a través del capital económico) crean discursos de capital cultural para legitimizarse a si mismo. En síntesis, en este campo la transformación que la “revolución cultural” pretende debería haber puesto fin a la soberbia capitalina y fin de la consagración de unos pocos.
Sin embargo, y como su legitimación a través del UCCI sugiere, Caracas sigue siendo el eje de la teatralización del capital cultural. El domingo pasado en la exposición René Burri: Un mundo, que se inauguró en el Museo de Bellas Artes, se dio una función especial de este show. En el evento de gala no fueron solamente fotografías lo que se expuso, sino una íntima anatomía del ejercicio del poder. Una carrera de relevo el capital cultural que pasaba de mano simbólico a mano simbólico.
En esta carrera, los participantes son varios, pero no habrá muchas sorpresas sobre quién resulta ganador en estas Olimpiadas Culturales.
Empieza Burri, cuya obra se despliega de forma antológica en la Sala 4 del Museo. Este fotógrafo que dice no haberse planteado serlo, fue legitimizado y su obra institucionalizada por la prestigiosa agencia Magnum en el año 1959. La curadoría le va narrando al espectador la manera en que Burri adquirió el capital cultural incorporado suficiente para producir imágenes tan hermosas como ‘Hombres sobre un techo’, tan conmovedoras como los niños sordomudos y tan potentes como son sus imágenes de guerra. Habiendo apreciado la muestra, el espectador se acerca a Burri, agarra el testigo y se toma una foto, para así inmortalizar el momento en que “aquel domingo” tocó el aura de la creatividad. De esta manera el espectador también queda legitimizado, incluido en el espectáculo de la aprobación de los centros desde donde se ha definido tradicionalmente el valor del capital cultural.
Al recorrer la sala le queda claro que debe buscar a quién más pasar el testigo y así llega al “rincón-altar cubano” donde están expuestas unas fotos un tanto pixeladas de Fidel Castro junto al marco del retrato del Ché, pintado (al mejor estilo Certámen Mayor) con los colores de la bandera cubana. Quizás por no sobrar fotos, se decidió colocar los contactos de los retratos del revolucionario argentino, pero de todas formas la intención queda claro. Como sugiere de forma literal el marco pintado del Ché, ésta es una muestra que debe descifrarse bajo la etiqueta: “La fotografía en tiempos de revolución.”
René Burri. Foto de Francesco Spotorno
Esta lectura de la exposición continúa cuando el texto ubicado en la entrada de la sala (no del curador, debo aclarar, sino del Museo) cuenta lo tanto que Burri se interesó en movimientos sociales que formaron en el hilo conductor de la historia que, según dice, ha sido el génesis y raison d’etre de la Revolución Bolivariana. De esta manera, y si no estaba ya lo suficientemente claro, se revela el motivo por el que la exposición está en Caracas: se trata de la legitimación de un proceso político cuyo máximo personaje se esperaba inauguraría la muestra. (Habrá tenido sus otros compromisos mediáticos domingueros, suponemos).
Pero aún sin la presencia del “aura” más importante, no todo estaba perdido. Testigo (y libro firmado) en mano, el espectador deja la sala principal para encontrarse con otra muestra de Burri, esta vez sobre Venezuela y cuya intención fue reflejar el marcado interés de Burri en “ver realmente cómo vive la gente”, como bien señaló el curador Michael-Hans Koetzle en una charla el martes pasado. A excepción de unas buenas imágenes de Parque Central que datan de los ’70, las fotos son el resultado de unas someras vueltas a Caracas. Estas imágenes de paredes pintadas con lemas políticos y gente pasando por ahí fueron colgadas con el esmero de las mejores muestras improvisadas hechas contra el reloj. (Por cierto, el curador aclaró no tener nada que ver con estas fotos). Y allí se cumplió el último trecho de la carrera: del “rincón cubano” al rincón de Farruco. Sí – un retrato del ex ministro de la cultura en plena pared, donde Burri nos muestra como “realmente cómo trabajan los ministros” en este país. En esa salita el capital cultural completa su círculo para englobar a Burri, al espectador, a la política del gobierno, a cierta realidad caraqueña y a la gestión cultural en un solo abrazo revolucionario. La medalla de oro ahora es de todos.
Abajo los mesoneros desplegaron otra muestra – ricos vinos y pasapalos para el tradicional coctel del consagrado artista. Así que todo ha cambiado. Lo que antes era, como dijo esta semana Héctor Soto, “un grupo de supuestas personas ilustradas […] que diseñaba las políticas culturales, así como todo lo que tenía que ver con entrega de premios, inversiones, cócteles y todo lo que estaba vinculado con el quehacer cultural” ahora son otros. Caras diferentes, pero la jerarquía sigue. La consagración sigue. El faranduleo sigue. Sólo que ahora es cuando conviene y por otros motivos. Gracias a unas fotos tan, pero tan buenas, no me a-Burrí.
Para más cobertura sobre este evento, visíten el blog de Francesco Spotorno
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