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Felipe Montemayor: Paisajes Irrealizables se inaugura en EspacioMAD este domingo

Felipe Montemayor : Paisajes Irrealizables

Octubre 09, 2011 – Octubre 30, 2011

Paisajes Irrealizables
Felipe Montemayor

Mucho es lo que se ha escrito acerca de las relaciones entre pintura y fotografía, mucho lo que se ha reflexionado artísticamente (tanto en el hacer como en el pensar) alrededor de sus distancias y cercanías: se han pintados las fotos y se han realizado pinturas como si fueran impresiones lumínicas. Sin embargo, esa frontera, ese espacio -siempre indeterminado- que media entre ambos modos de producción de imágenes, está dado por su propia condición incierta a la exploración, a la inscripción constante de nuevas conexiones, en las que se pueden acentuar tanto sus distinciones como sus analogías, y que terminan excediendo los aspectos técnicos y expresivos para ahondar en el modo mismo de la imagen: en su darse a la visión, en su aparecer.
Las fotografías de Felipe Montemayor rastrean esa frontera (ese espacio indeterminado), logrando convertir unas “pinturas imposibles” en imágenes presentes, en presencias, en una suerte de paisajes irrealizables. Unos paisajes irrealizables que le conceden a la mirada atenta la opción de ver –pictóricamente: a través de la fuerza de sus trazos, colores, líneas, manchas- diversos aspectos, semblantes, estampas, facciones ignoradas de aquello que siempre nos rodea: la naturaleza o los sueños, el mundo en su materialidad orgánica o el deseo en sus formas ideales. Felipe realiza esta indagación fronteriza recorriendo distintos lugares y emplazamientos de ese territorio de mediaciones que vincula pintura y fotografía, en un esfuerzo por “pintar con y en la fotografía” aquello que su propia fuerza imaginaria le permite encontrar y descubrir en el mundo.
En este sentido, al observar estos paisajes hay dos elementos -aparentemente contradictorios- que saltan a la vista: por una parte, la acechante cercanía de las imágenes (su proximidad), por la otra, la sutil extrañeza de los parajes que se nos hacen presentes. Walter Benjamin había descrito esta incertidumbre afirmando que la imagen tecnológica –fotográfica o cinemática- es obscena porque da lugar –da visibilidad- a la presentación de una multiplicidad (un exceso de elementos) que excede la capacidad figurativa inmediata de la percepción (y de la producción artesanal), porque permite la aparición del detalle por mínimo y evasivo que éste sea, porque autoriza que se develen elementos ocultos o ignorados, porque consiente que aquello que sucede se paralice y quede grabado como un rastro al que siempre podremos acceder. Por ello, en estos paisajes de Felipe nos encontramos con un infinito de hojas o con el estallido del agua, con la permanencia de una sombra o con un recodo imperceptible de la maleza, nos encontramos –me atrevería a decir que por primera vez- justamente con aquello que siempre rebasa o desborda la visión: con lo que perdemos o se resiste a ser apresado, con esos gestos del mundo que nos obligan a estar siempre descubriéndolo (encontrándolo) nuevamente. Siendo así, estos paisajes se distancian por igual del registro fotográfico y de la imagen elaborada manualmente, para ubicarse en ese lugar mediador e inaugural en el que lo que se registra –se fotografía- no es sólo el entorno sino también es el modo como la mirada ha descubierto ese espacio que la rodea, y en el que paradójicamente este registro de la propia mirada se hace desde un ojo impropio, técnico, vicario. La fotografía se hace pintura al hacerse mirada y la pintura se aligera al inscribirse como efecto lumínico, el paisaje se da entonces como pasaje, paso, entrelazamiento entre una figuración imaginada y una visión acontecida.
La acechante cercanía está labrada en ese imaginar que es siempre también un momento de lo registrado, la sutil extrañeza se talla en su condición subjetiva, y ambos tejen y hacen presentes estos paisajes irrealizables, que se afirman esencialmente en su expresión gráfica: por ejemplo, en la fuerza de un trazo que deviniendo y alterándose continuamente se convierte en permanencia y partitura de un gesto, en la fijeza y persistencia de las figuras y los contornos en los que lo inasible del movimiento se transforma en resto y registro, en la integridad de los colores, en definitiva, en esa precisión que distingue las ficciones y las hace potencias para la interpretación, para el deseo.
Como conjunto, estos paisajes irrealizables que nos brinda Felipe Montemayor parecieran relatarnos, además, dos recorridos (dos historias): uno físico o visual que transita de la imagen general a sus detalles, que se adentra en lo mínimo, en lo pequeño, en los espacios desatendidos, para exponerse como un peregrinaje visual –de la mirada- gracias al que el artista encuentra –y se encuentra con- su propio deseo, su imagen auténtica. Otro de anhelo e imaginación que se inicia fotografiando los espacios exteriores (caminos, rocas, matorrales) que circundan su caminar y culmina en el movimiento mismo de su cuerpo, en el diseño, en la grafía, que él mismo realiza al desplazarse, al hacerse espacio y camino. Dos relatos: el peregrinaje de una mirada que sabe de la magnitud de lo mínimo que se entrelaza con el registro lumínico de un cuerpo que requiere figurar y significar sus espectros y ensueños. Estos dos relatos construyen estos paisajes irrealizables como el momento, siempre inaugural, en el que una fotografía documenta lo aun no sido, lo puramente posible, de cada visión, de toda mirada.

Sandra Pinardi

 

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