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Rómulo Peña: Tras el formato peculiar

Texto de catálogo para la exposición Los locos de La Vela de Rómulo Peña en el Museo de Arte Coro.

 

Rómulo Peña: Tras el formato peculiar

De manera perseverante en la historia de la fotografía se escuchan voces que alaban la función de la imagen fotográfica como “ventana” al mundo. Esta idea evoca y construye una práctica visual que obedece a un concepto pragmático de realidad y propone la adquisición de la misma. Pero si bien es cierto que el afán tautológico de la fotografía nos permite reproducir el mundo para hacerlo perdurar en objetos, debemos también conceder que aquellos fragmentos aislados no son una captura inocente de un mundo ni tampoco lo comunican en términos transparentes. Al contrario, la fotografía compone un relato en base a una sintaxis particular: arrítmica, sincopada, y truncada.

Rómulo Peña, Los locos de La Vela

En este contexto, llama a la atención que el inexorable desarrollo de los equipos fotográficos actuales apunta hacia cada vez más realidad: cada vez más resolución, cada vez más disparos por segundo, y cada vez más espacios virtuales para la circulación de imágenes. Al mismo tiempo, tanto los disparos veloces como la incorporación de la captura de video en las cámaras digitales sugiere que la vocación fotográfica se sigue desbordando al punto de rozarse hasta acaso confundirse con la temporalidad que tradicionalmente le pertenecía exclusivamente a la captura fluida y continua propia de los aparatos del campo cinematográfico.

Las treinta imágenes que presenta Rómulo Peña en esta muestra pueden entenderse por su inserción dentro de este desarrollo fotográfico que hemos comentado. En años recientes, en el campo de la fotografía contemporánea se ha registrado un viraje hacia formatos que se podrían denominar peculiares, anticuados, o de “bajo” rendimiento tecnológico. Dentro de este retorno a lo físico, lo material y lo anticuado, se ubican las imágenes táctiles e informales de Peña.

Rómulo Peña, Los locos de La Vela

Mas sus fotografías no pecan de ingenuidad. Su formato es elocuente, adrede y eficaz.  La estética peculiar de la cámara de juguete que escogió Peña (luego de desechar la captura digital de la misma fiesta popular) busca y logra una intimidad en la mirada. Esta intimidad es testimonio de una dinámica visual entre actores en la escena: el fotógrafo que se infiltra cómodamente entre de los “locos” disfrazados y el espectador que mira el resultado. Peña produce una imagen que deja fuera de la paréntesis del encuadre detalles de contexto que son propios del plano abierto. Por ende, sólo se intuye dónde estamos y cuándo. Sólo sabemos que es una fiesta, y como espectadores al excluir el contexto general nos hace partícipe de este teatro callejero.

Asimismo, la intimidad de sus imágenes se ve acentuada por el indudable encanto que ejerce la película 35mm, que seduce al saberse una fotografía hecha a mano. Por un lado, las imágenes solapadas borran la demarcación espacial y temporal, mientras que la poca profundidad de campo y el encierro del plano en espacios que frecuentemente tienen una pared de fondo, aumentan la sensación teatral de la serie. De igual manera, los colores tan particulares de la película 35mm amateur, junto con el revelado comercial de los laboratorios no-profesionales permite a Peña aludir a un imaginario compartido. Es el imaginario que compartimos dentro de las coordenadas de cómo se producía la imagen antes: es la imagen en tiempos pre-digitales, la imagen que pertenece a los álbumes familiares. En este conjunto de recursos se halla la clave de esta serie: una serie que no solamente ofrece riqueza visual, sino que también resuena con la estética y formato de nuestro imaginario visual colectivo.

Lisa Blackmore

octubre 2011

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