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JJ Moros en Artepuy este domingo

TEXTO CURATORIAL

JJ Moros. Cuadrado Latino

Por Félix Suazo

“cuadrado=sensibilidad”

Casimir Malévich. Manifiesto del suprematismo, 1915

“Hay muchos elementos que se involucran en una obra de arte.

Los más importantes son los más obvios”

Sol LeWitt. Enunciados sobre arte conceptual, 1968

La escultura en Venezuela aún se defiende de los malos presagios que han estigmatizado su evolución desde hace varias décadas. Sobrevive arrinconada a los muros, respirando el espacio casi minúsculo (pero aún fecundo) que le han dejado en las esquinas, el suelo y las paredes, descubriendo lo que hay de volumen en el plano, capturando la luz indecisa que se desliza por las superficies, demarcando –en fin- el angosto territorio que todavía no han ocupado otras modalidades artísticas de mayor protagonismo y fortuna. Frente a las exigencias materiales y económicas propias de la disciplina, el arte tridimensional afronta vigorosamente el desafío de una era volátil en la que predominan las formas blandas, los soportes livianos y los materiales transparentes.

Ese es el horizonte cultural donde emerge la serie Cuadrado Latino de JJ Moros (Caracas, 1950), quien propone una exploración transdimensional del espacio y el volumen. Elaboradas con angulares, hierro calibrado y tubos industriales de sección cuadrada, redonda y rectangular, las obras  conjugan lo intuitivo y lo metódico, afianzándose en soluciones paradójicas. Y es que frente a estas piezas ortogonales de efecto contradictorio es difícil discernir si se trata de marcos, ventanas o “cuadros”. En cualquier caso, en la propuesta prevalece la complementariedad de los contrarios: vacío y materia, blanco y negro, positivo y negativo.

Más allá de las elucubraciones experimentales del matemático suizo Leonhard Euler (1707-1783), los cuadrados de Moros retoman una obsesión añeja en el arte occidental, ya patente en el enigmático “cuadrado mágico” inscrito por Alberto Durero en La Melancolía I (1514) y desarrollada siglos más tardes en Cuadrado negro sobre fondo blanco (1915) y Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918) de Casimir Malévich. Le siguen – por solo citar algunos ejemplos más – los cuadrados concéntricos que pintó Josef Albers a parir de 1949 y los cuadrados estructurales de Sol LeWitt, a los cuales podríamos añadir las pinturas y listonados realizados durante las décadas 60-70 por  Gerd Leufert en Venezuela.

Sin obviar esos precedentes, Moros da continuidad a sus propias indagaciones en este terreno, especialmente en los trabajos presentados en la muestra Esculturas y relieves (Galería La cuadra, 2007), centrada en el circulo, el cuadrado y el triángulo, con la presencia estratégica de las barras diagonales o trazadores. En la exposición Cuadrado Latino –título alusivo a una matriz de diseño de experimentos con base en las matemáticas- las obras se circunscriben sólo al cuadrado (reclinado, colgado o exento), operando sobre éste diversas intervenciones y variaciones que configuran un dialecto privado, compuesto por “lunas”, “medias lunas”, “mordisquitos”, “bocados”, “puentes”, “rueditas” y “ángulos”.

A propósito de ello, también habría que resaltar -¿cómo no hacerlo?- esa especie de acústica sorda, llena de pausas y acentos visuales, que se deriva de la disposición rítmica de los distintos elementos en el espacio.

Los cuadrados de Moros son lúdicos, elegantes y, sobre todo, heterodoxos. En su inconfundible morfología se mezclan contenidos filosóficos, científicos y religiosos junto a nociones estéticas y asuntos de la vida práctica. En consecuencia, hay en ellos una permeabilidad cadenciosa y promiscua, en la cual se amalgaman de manera casi natural la espontaneidad y el cálculo, la estabilidad y el dinamismo, el sensualismo y la austeridad.  Quizá por ello, las piezas de Moros siempre “cuadran” como los caracteres de un “cuadrado latino” o las cifras de un “cuadrado mágico”.

Caracas, abril de 2010

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